Argumentos
La valquiria
Die Walküre

Acto primero
En la cabaña de Hunding
Sigmundo, fugitivo ante sus enemigos y en medio de una tempestad, busca refugio en la cabaña de Hunding. Al oír los pasos aparece Siglinda, esposa de Hunding, creyendo que ha regresado su marido. Sorprendida, interroga al intruso; pero Sigmundo, semidesvanecido, le pide agua. Siglinda le ofrece, además, hidromiel, como bebida de hospitalidad. Informa a Sigmundo que se halla en casa de Hunding. Cuando el huésped, repuesto de la fatiga, se dispone a partir, ella, con naciente simpatía, le pide que permanezca en el hogar y espere a Hunding.
El sonido de un cuerno anuncia la llegada del guerrero. Entra Hunding y pregunta a su mujer sobre la presencia de aquel extraño. Responde Siglinda y ambos invitan a Sigmundo a que refiera su historia. Dice el desconocido que siendo niño aún, los enemigos de su raza dieron muerte a su madre y raptaron a su hermana. Con su padre luchó esforzadamente contra los enemigos, hasta que aquél desapareció quedando solo en el mundo y perseguido por la desventura. Finalmente fue vencido en un combate, al romperse sus armas. Los hombres y la tempestad cayeron furiosamente sobre él y, huyendo, buscó asilo en aquella casa.
Hunding reconoce entonces en su huésped a un enemigo. Aquella noche respetará las sagradas leyes de la hospitalidad. Pero lo reta a muerte para el siguiente día. Hunding va a retirarse con su esposa, cuando Siglinda señala a Sigmundo un punto en el tronco del árbol que sostiene la cabaña. Hunding, violentamente, hace entrar a su esposa en la habitación contigua, adonde no tarda en seguirla, después de proferir nuevas amenazas.
Sigmundo, anonadado, se queda solo. Recuerda que Weiss, su padre, le prometió que hallaría una espada en el momento de mayor peligro. Un reflejo del hogar hace brillar el punto del árbol anteriormente señalado por Siglinda, hasta que el fuego se extingue. Reaparece Siglinda, dispuesta a salvar a Sigmundo.
Dio un narcótico a Hunding y ahora puede referir su vida, también triste, al héroe infortunado. Ella fue unida por la fuerza a un hombre odiado. El día de sus bodas llegó un desconocido y, empuñando una espada, la hundió en el tronco del fresno, ofreciéndola a quien pudiera arrancarla. Nadie lo consiguió. El arma es invencible, y Sigmundo ha de ser el héroe predestinado y el salvador de Siglinda.
Una ráfaga abre de pronto la puerta de la caña, y la luz de la luna inunda la noche primaveral. Los enamorados se extasían en su felicidad y concluyen por descubrir su origen. El anciano que blandía la espada era Welsa (encarnación del dios Wotan), padre de Sigmundo y de Siglinda. Entonces el héroe se dirige al árbol y, asiendo la empuñadura de la espada, la arranca en un supremo esfuerzo y la muestra a Siglinda con delirante júbilo. Ambos huyen por el bosque.

Acto segundo
Desfiladero entre rocas
Brunilda, la walkyria, recibe órdenes de Wotan sobre el combate que va a producirse: Sigmundo será el victorioso. Aléjase Brunilda, después de lanzar su grito de guerra, y llega Fricka, esposa de Wotan y diosa del matrimonio, para exigir el castigo del adulterio incestuoso. Wotan se niega. Sigmundo es su hijo y para él destinó la espada invencible. Debe salvar a los dioses, reconquistando el anillo del Nibelungo, que Wotan debió ceder. Fricka reprocha a su esposo su infidelidad, y le acusa de soñar ilusiones y acumular delitos. Vencido por su propia conciencia, Wotan jura defender a Hunding, y Fricka se va satisfecha y altiva, mientras dice a Brunilda que su padre debe comunicarle nuevas disposiciones.
Wotan prorrumpe en terrible furor. Su hija predilecta, Brunilda, procura calmarlo. Entonces el dios de los dioses refiérele cuál es el destino que no puede eludir. Relata a Brunilda que anhelando la dominación del mundo, selló un pacto con los gigantes para que le construyesen un castillo magnífico: el Walhalla. El nibelungo Alberico robó el oro del Rin, forjándose un anillo que concede supremo poder. Wotan le despojó de su tesoro y de su anillo, pero el dios tuvo que entregar aquella sortija maldita en pago a los gigantes. Erda le predijo el fin de los dioses. En su angustia, Wotan halló nuevamente a la profetisa, y sometiéndola a su voluntad, la hizo madre de las walkyrias, vírgenes de la guerra, quienes eligen en los campos de batalla a los más valientes héroes caídos, los cuales pueblan el Walhalla. Con ese ejército no teme la venganza que continuamente maquina el perverso nibelungo. Solamente si éste reconquistara el anillo peligraría el reino divino. Wotan no pudo despojar al gigante Fafner del anillo que él mismo le dio. Podría conquistarlo un héroe libre, pero Sigmundo no lo es. El dios soberbio ha caído en el lazo de sus propias culpas. Además Alberico, con las riquezas que poseyó, sedujo a una mujer. Existe un heredero del odio, y Wotan, comprendiendo que le alcanzó la maldición implacable, maldice al hijo del Nibelungo. Ya sólo anhela el fin. "Que el rencor y la envidia aniquilen el mundo de los dioses!", exclama desesperado. Siendo, pues, vanos sus grandiosos sueños, ordena a Brunilda que otorgue la victoria a Hunding. Inútilmente implora la walkyria. La voluntad de Wotan es inflexible, y el dios se aleja con tremenda cólera. Quédase Brunilda desolada.
A lo lejos ve acercarse a Siglinda y Sigmundo, y se oculta en la montaña. Siglinda, presa de angustia y remordimiento, desea morir. Sigmundo procura consolarla. Ella, delirante, cree ver a Hunding con su jauría acosando a su amado, y se desvanece de terror.
Brunilda aparece, solemne y augusta para anunciar a Sigmundo su muerte. Pero, como héroe, disfrutará las delicias del Walhalla, la mansión de los dioses. Pregunta Sigmundo si lo acompañará Siglinda, y al saber que será separado de ella eternamente, prefiere quitarle la vida allí mismo, con el hijo que lleva en sus entrañas. Levanta la espada para matarla, pero Brunilda, profundamente conmovida, protege a Siglinda con el escudo. Se cambiará la suerte del combate y Sigmundo será vencedor. La walkyria se aleja.
Sigmundo vela el sueño de su amada. La obscuridad se hace completa. Los enemigos se llaman y al fin se encuentran en las altas rocas. Siglinda se despierta y aterrada, contempla la lucha. Brunilda aparece, protegiendo a Sigmundo. Pero al mismo tiempo Wotan defiende a Hunding. Ante la lanza del dios rómpese la espada del héroe y Sigmundo, ahora indefenso, cae aniquilado por Hunding. Brunilda huye, corre hacia Siglinda y se la lleva precipitadamente. Wotan ordena a Hunding que se prosterne ante Fricka y le diga que el ultraje al honor conyugal ya está vengado. Al despectivo ademán del dios, el guerrero se desploma fulminado. Wotan contempla dolorosamente el cuerpo de Sigmundo su hijo. En seguida, prorrumpiendo en súbito furor, anuncia el castigo de Brunilda y desaparece en medio de la tempestad.

Acto tercero
La roca de las walkyrias
Las walkyrias, vírgenes de la guerra, cabalgan entre las nubes y con sus gritos de guerra se llaman para reunirse en una escarpada cumbre. Se disponen a llevar al Walhalla a los héroes muertos, recogidos en los combates. Pero advierten que aún falta Brunilda. Esta llega desolada. No conduce el cuerdo de un héroe, sino una mujer viviente. Dice a sus hermanas que osó desobedecer al padre de las batallas, quien viene persiguiéndola, y que aquella mujer es Siglinda, para la cual pide amparo. Las walkyrias se lo niegan. Siglinda sólo desea morir. Muy conmovida, Brunilda le dice que debe vivir por el hijo que lleva, al cual ha de llamar Sigfrido. En el campo de la lucha pudo recoger la walkyria los pedazos de la espada de Sigmundo. Esta será su herencia. Siglinda, transfigurada, bendice a la hija de Wotan y huye hacia los bosques.
Entre nubarrones tempestuosos óyese la amenazadora voz del dios. Preséntase Wotan furibundo, llamando a su hija rebelde y le impone terrible castigo. Ya no será una walkyria divina, sino una mujer mortal, destinada a ser esposa del primer hombre que la encuentre en su camino.
Horrorizadas las walkyrias piden clemencia para la hermana castigada, pero Wotan les ordena que se alejen de ella. Obedecen las hijas del dios. Wotan se queda solo con Brunilda, que yace a los pies de su padre. La walkyria intenta en vano justificarse. Wotan debe abandonarla. Un profundo sueño la dejará a merced del hombre que la despierte. Brunilda expresa su última súplica: que dormida la proteja una muralla de fuego, para que sólo pueda conquistarla un héroe sin igual. Wotan, con gran emoción, accede al ruego. Abraza a su hija, se despide tiernamente y la besa en los ojos, dejándola dormida. Después Wotan evoca a Loge, el dios del fuego, y golpeando una roca con su lanza, hace surgir una llama que se extiende hasta convertirse en un círculo de fuego. Contempla otra vez a Brunilda y se aleja lentamente. 

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