Avanti a Lui

Notas
Colón: magistral concierto de Barenboim y Argerich

"Festival de Música y Reflexión". West-Eastern Divan Orchestra. Dir.: D. Barenboim. Solista: M. Argerich (piano). Obras de Beethoven y  Tchaikovsky. (Abono Estelar, Teatro Colón, 29 de julio)


Por Margarita Pollini

Hace un año, el concierto en el que Martha Argerich se presentó como solista junto a Daniel Barenboim y la West-Eastern Divan Orchestra constituyó su gran “rentrée” al Colón y ante el público porteño después de una década de indeseada ausencia. En aquella oportunidad la pianista ingresó al escenario con una visible cuota de nerviosismo y transitó con tensión el primer movimiento del concierto número 1 de Beethoven, “aflojándose” recién a partir del segundo. A pesar de que este año el esquema le había dado ya dos oportunidades de contacto con el público (sábado y domingo pasados), el miércoles Argerich, la impredecible, reiteró en cierta manera la ecuación en el segundo concierto del autor.

 

Afortunadamente la solvencia técnica y genialidad interpretativa de la gran dama del piano le permiten brindar una interpretación magistral pese a estas interferencias, visibles en sus gestos y miradas. Con gran mesura en la dinámica, el fraseo y un sutil empleo del pedal, Argerich desbordó musicalidad e inteligencia, seguida al milímetro por Barenboim y una West-Eastern Divan de perfecto balance. Finalizado Beethoven, y tal como la presencia de otro piano en un costado del escenario permitía intuir, hubo una obra fuera de programa pero no a uno sino a dos pianos. Solemne, el director anunció que en homenaje a Pía Sebastiani, fallecida días atrás, Argerich y él interpretarían el “Bailecito” de Guastavino, que la gran pianista había elogiado cuando el dúo lo tocó en agosto del año anterior.

 

“El último sonido no es el final de la música”, escribió Barenboim en uno de sus ensayos. “Si la primera nota está relacionada con el silencio que la precede, la última nota tiene que estar relacionada con el silencio que la sigue. Por eso es tan perturbador que un público entusiasta aplauda antes de que se haya apagado el último sonido, porque hay un último momento de expresividad que consiste precisamente en la relación entre el final del sonido y el inicio del silencio que le sigue. En este aspecto, la música es un espejo de la vida, porque ambas empiezan y terminan en nada. Además, cuando se interpreta música, es posible alcanzar un estado de paz absoluta, debido en parte al hecho de que uno puede controlar, a través del sonido, la relación entre la vida y la muerte, un poder que obviamente no se concede a los seres humanos en la vida”.

 

Lamentablemente la conducta de un sector del público estuvo muy lejos de la profundidad de un concepto como éste, en el que se funda el espíritu de este homenaje inusual: no sólo hubo aplausos que desoyeron el pedido que Barenboim había hecho para que fueran el silencio y el recuerdo de Pía lo que primara, sino que hubo a continuación un ajetreo nervioso, como si nada de trascendente hubiera sucedido. Tampoco logró Barenboim evitar el fenómeno de la carcajada nerviosa que sobreviene en numerosos espectadores luego de cada frase suya, aunque no haya nada de deliberadamente gracioso en su discurso. Fenómenos que sumados a las toses y otros ruidos que ya son parte del paisaje de los conciertos restaron mucho del clima que habría podido lograrse.

 

En la segunda parte, la Cuarta sinfonía en fa menor de Tchaikovsky mostró las infinitas y maravillosas posibilidades que la WEDO, una orquesta en la que se conjugan el vigor juvenil, el espíritu de equipo y la madurez individual, brinda a una mente portentosa como la de su creador y director. En un contexto en el que todas las secciones brillaron por igual hubo momentos para cortar el aliento, como el pizzicato del “scherzo”, plasmado con una riqueza dinámica asombrosa. Dos bises contrastantes completaron la magnífica actuación de la orquesta: el “Vals triste” de Sibelius y la obertura de “Ruslan y Ludmila” de Glinka guiada por Lahav Shani (26 años), a quien Barenboim presentó como uno de los directores jóvenes más talentosos y cuya actuación no decepcionó, aunque algunos hayan coreado después, infructuosamente, el nombre de Barenboim para hacerlo regresar a escena, mostrando nuevamente no haber comprendido en absoluto su mensaje y su voluntad.