Notas
Crítica de ópera
La bohème de Puccini en la Staatsoper: una fiesta para la vista y el oído
Bajo la sobresaliente dirección de Giacomo Sagripanti, Juan Diego Flórez debutó como Rodolfo
Por Stefan Ender 16 de diciembre de 2025, 11:01
Ah, ¡La bohème de Zeffirelli! Incluso cuando ya se la ha vivido varias decenas de veces, uno no se cansa de contemplar sus atmósferas y detalles: la blancura de la nieve al amanecer del tercer acto, el colorido y estrecho bullicio del mercado navideño… y las manchas de humedad de la mísera buhardilla de los artistas parisinos, que a esta altura uno siente conocer casi personalmente.
Tampoco el oído se sació en la función del lunes de esta pintura de costumbres pucciniana: aquí también se desplegó un abanico de climas y colores de irresistible encanto. El inicio fue primero refrescantemente ágil y punzante, luego brevemente voluptuoso, después elegante y finalmente poético: en conjunto, sencillamente mágico. La Orquesta de la Staatsoper, despierta y altamente motivada, se presentó como una auténtica comunidad de magos musicales, guiada con precisión y energía por Giacomo Sagripanti. El italiano de 43 años convirtió al conjunto en un narrador de profunda inteligencia emocional de la sucesión de escenas que desembocan en la tragedia: un músico excepcional, acaso la labor más impresionante desde la Salome dirigida por Alexander Soddy hace cinco años.
Autos deportivos y Fórmula 1
En ese contexto, los cantantes quedaron por momentos algo relegados —especialmente Juan Diego Flórez, quien, como tenor formado en el bel canto incursionando en el terreno del verismo, evocó a un pequeño y elegante automóvil deportivo de los años cincuenta compartiendo pista con bólidos de Fórmula 1. En su primer Rodolfo en este teatro, la dirección artística le asignó como partenaire a Nicole Car en el papel de Mimì. Los agudos de la soprano australiana brillaron como potentes boyas luminosas sobre las olas de pasión orquestal que, de tanto en tanto, llegaban a cubrir a Flórez.
Imponente resultó el Marcello del debutante en el teatro Andrey Zhilikhovsky, mientras que Anna Bondarenko ofreció una Musetta fulminante, caprichosa y de carácter despótico y arisco. Si la vida fuera justa, Sagripanti y la orquesta habrían merecido una ovación aún más entusiasta. Pero, como bien se sabe, no siempre lo es.
(Stefan Ender, 16.12.2025)
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